Una de las cosas que más valoro de los cuentos hindúes, son las pequeñas enseñanzas o moralejas sencillas pero prácticas, que nos dejan dentro una vez son leídos o escuchados.
Y es que, ciertamente, es mucho más fácil recordar una fábula, una leyenda o una anécdota que mil explicaciones teóricas sobre cómo nos debemos conducir.
En la cultura hindú, el cuento es una tradición arraigada a través de la que se transmiten conocimientos y consejos llenos de espiritualidad. La sencillez y sabiduría de estos relatos, transmitidos durante años de forma oral, hacen que sean aplicables y prácticos para nuestro día a día.
Un cuento leído en el momento oportuno alivia la carga que llevamos dentro y puede darnos luz donde solo vemos oscuridad. Eso mismo fue lo que me pasó con este cuento chino.
Hoy os traigo una pequeña selección de cuentos hindúes con temas variopintos como la amistad, la felicidad, la muerte, el perdón, la culpa o el qué dirán…
Cada uno de estos textos me tocaron en su momento la fibra, me hicieron pensar, sonreír o restar importancia a cosas que no las tenían…
Y es que, a menudo, la respuesta está en lo más sencillo, y esa es una de las maravillas que consiguen estos relatos.
¿Me cuentas alguno que te haya hecho vibrar a ti?
Cuentos hindúes:
1. La llave de la felicidad
El Divino se sentía solo y quería hallarse acompañado. Entonces decidió crear unos seres que pudieran hacerle compañía. Pero un día, esos seres encontraron la llave de la felicidad, siguieron el camino hacia el Divino y se reabsorbieron a Él.
Dios se quedó triste y nuevamente solo. Reflexionó. Pensó que había llegado el momento de crear al ser humano, pero temió que éste pudiera descubrir la llave de la felicidad, encontrar el camino hacia Él y volver a quedarse solo.
Siguió reflexionando y se preguntó dónde podría ocultar la llave de la felicidad para que el hombre no la encontrara.
Pensó en ocultarla en el fondo del mar; en una caverna de los Himalayas; en un remoto confín del espacio sideral. Pero ninguno de estos lugares le convencía ya que el hombre terminaría descendiendo a los océanos, explorando todas las grutas de la tierra, incluso viajando al espacio algún día. Y tarde o temprano la encontraría.
Pasó toda la noche en vela, y cuando el sol comenzaba a desepertar, se le ocurrió el sitio perfecto, el único lugar en el que el hombre no buscaría jamás.
Y, así, el Divino creó al ser humano, y colocó en su interior la llave de la felicidad.
2. La vasija con grietas
Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas colgadas a los extremos de un palo, con las que llevaba agua desde el arroyo hasta casa de su patrón.
Una estaba nueva y perfecta y conservaba todo el agua durante el trayecto. La otra tenía varias grietas y siempre llegaba de agua por la mitad.
La vasija nueva estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para el fin que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su imperfección y se sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de lo que era su obligación.
Después de dos años, la tinaja quebrada habló al aguador diciéndole: –“Estoy avergonzada y me quiero disculpar porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que debieras recibir».
El aguador sonrió y le dijo compasivo: –“Cuando regresemos a la casa quiero que te fijes en la flores que crecen a lo largo del camino.”
Así lo hizo la tinaja y vio muchísimas flores hermosas a lo largo del trayecto, pero eso no le quitó la pena de su mal hacer.
El aguador le dijo entonces:
– “¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y sembré semillas de flores por donde vas. Todos los días las has regado. Si no fueras exactamente cómo eres, con tus defectos incluidos, no hubiera sido posible crear esta belleza.”
3. Ni tú ni yo somos los mismos
El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión. Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo.
Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de matarlo. Sin embargo, la roca pasó por su lado y Devadatta erró. El Buda se dio cuenta de lo sucedido y permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.
Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente.
Muy sorprendido, Devadatta preguntó:
-¿No estás enfadado, señor?
-No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
-¿Por qué?
Y el Buda dijo:
-Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando me fue arrojada.
4. El grano de mostaza
Una mujer, deshecha en lágrimas, se acercó hasta el Buda y, con voz angustiada y entrecortada, le explicó:
-Señor, una serpiente venenosa ha picado a mi hijo y va a morir. Dicen los médicos que nada puede hacerse ya.
-Buena mujer, ve a ese pueblo cercano y toma un grano de mostaza negra de aquella casa en la que no haya habido ninguna muerte. Si me lo traes, curaré a tu hijo.
La mujer fue de casa en casa, inquiriendo si había habido alguna muerte, y comprobó que no había ni una sola casa donde no se hubiera producido alguna. Así que no pudo pedir el grano de mostaza y llevárselo al Buda.
Al regresar, dijo:
-Señor, no he encontrado ni una sola casa en la que no hubiera habido alguna muerte.
Y, con infinita ternura, el Buda dijo:
-¿Te das cuenta, buena mujer? Es inevitable. Anda, ve junto a tu hijo y, cuando muera, entierra su cadáver
5. La imperturbabilidad del buda
Durante muchos años el Buda se dedicó a recorrer ciudades, pueblos y aldeas impartiendo la Enseñanza, siempre con infinita compasión. Pero en todas partes hay gente aviesa y desaprensiva. Así, a veces surgían personas que se encaraban al maestro y le insultaban acremente. El Buda jamás perdía la sonrisa y mantenía una calma imperturbable. Hasta tal punto conservaba la quietud y la expresión del rostro apacible, que un día los discípulos, extrañados, le preguntaron:
–Señor, ¿cómo puedes mantenerte tan sereno ante los insultos?
Y el Buda repuso:
–Ellos me insultan, ciertamente, pero yo no recojo el insulto.
6. Los ciegos y el elefante
Un día seis sabios quisieron saber qué era un elefante. Como eran ciegos, decidieron hacerlo mediante el tacto.
El primero en llegar junto al elefante chocó contra su ancho y duro lomo y dijo: –No cabe duda, el elefante es como una pared.
El segundo, palpando el colmillo, gritó: -Esto es tan agudo, redondo y liso que el elefante es como una lanza.
El tercero tocó la trompa retorcida y gritó: -¡Dios me libre! El elefante es como una serpiente.
El cuarto extendió su mano hasta la rodilla, palpó en torno y dijo: -Está claro, el elefante, es como una columna.
El quinto, que casualmente tocó una oreja, exclamó: -Aun el más ciego de los hombres se daría cuenta de que el elefante es como un abanico.
El sexto, quien tocó la oscilante cola apuntó: -El elefante es muy parecido a una soga.
Y así, los sabios discutieron largo y tendido, cada uno excesivamente terco en su propia opinión y, aunque parcialmente en lo cierto, todos estaban equivocados.
7. Lealtad
Un insurrecto había sido condenado a morir en la horca. El hombre tenía a su madre viviendo en una lejana localidad y quería despedirse de ella por lo que pidió al rey permiso para partir unos días y visitarla. El monarca sólo puso una condición: que un rehén ocupase su lugar mientras permanecía ausente y que, en el caso de no regresar, fuera ejecutado por él.
El insurrecto recurrió a su mejor amigo y el rey le dio un plazo de siete días para regresar.
El sexto día se levantó el patíbulo y se anunció la ejecución del rehén para la mañana siguiente. El rey preguntó por su estado de ánimo a los carceleros, y éstos respondieron:
-¡Oh, majestad! Está verdaderamente tranquilo. Ni por un momento ha dudado de que su amigo volverá.
El rey sonrió escéptico. La tranquilidad y la confianza del rehén resultaban asombrosas. De madrugada, el monarca indagó sobre el rehén y el jefe de la prisión dijo:
-Ha cenado opíparamente, ha cantado y está extraordinariamente sereno. No duda de que su amigo volverá.
-¡Pobre infeliz! -exclamó el monarca.
Comenzó a amanecer y llegó la hora prevista para la ejecución. El rehén fue conducido hasta el patíbulo e iba relajado y sonriente.
El monarca se extrañó al comprobar su firmeza anímica. Incluso cuando el verdugo le colocó la cuerda al cuello, él seguía sonriente y sereno.
Cuando el rey iba a dar la orden para la ejecución, se escucharon los cascos de un caballo: El insurrecto había regresado.
El rey, emocionado, concedió la libertad a ambos hombres.
Esta es mi selección de cuentos hindúes que me han hecho reflexionar, pero podéis encontrar cuentos similares aquí.
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